Ella es paciente como no he visto nunca a nadie con su madre, María, que con noventa años ya tiene olvidos y lagunas en su mente.
Ante sus despistes, como respuesta a sus preguntas de niña pequeña, su hija siempre tiene un “sí, mama”, que le sale de lo más profundo de su corazón. La paciencia, el cariño, los besos que le da a cada momento son los que le dan vida a María, que se siente tan querida que olvida sus males y le brillan los ojos de felicidad cuando dice “mañana tengo que ir al colegio y no sé para que; por que, ya, con los años que tengo, para qué quiero aprender”. Allí, en el “colegio”, la ayudaran para que de su memoria no se borre más, con el ejercicio mental y físico. Una suerte que nuestros mayores, gracias a la Ley de la Dependencia , puedan acudir a un centro de Alzheimer y tengan la posibilidad de estar atendidos por profesionales que les ayuden, aparte de que esto suponga un respiro para sus familiares, ya que estos enfermos necesitan una atención continua, las veinticuatro horas del día.
Pero lo mejor para María, es el amor que le da su hija, devolviéndole parte de la vida que su madre ha dado antes por ella.
Todos los padres sabemos que no hay amor más grande que el de una madre por sus hijos, que daría la vida por ellos si fuese necesario. Por esto, admiro a mi amiga y me duele no haber tenido la posibilidad de hacer algo así por mis padres, ya que ambos se fueron muy jóvenes. Por eso, animo a los que tengan padres, a que no pierdan esa posibilidad, ya que cuando falten y les recuerden se arrepentirán de no haberlo hecho porque el tren de la vida solo tiene ida.
María es hoy cualquier anciano o anciana con Alzheimer y su hija cualquiera de nosotros.
La verdad es que con este terrible mal sufren casi más los familiares que cuidan que los propios enfermos. Por cierto, muy interesante tu blog Juan Antonio. Bienvenido a la blogosfera.
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